viernes, 28 de junio de 2013

Para A., I. y M.

A. era bajito, tenía la piel curtida por el sol y el mar tras toda una vida faenando en un barco y todavía conservaba un encantador acento gallego.
Hablamos un viernes y quedamos que el siguiente lunes a primera hora me vendría a ver. Apunté la cita en mi agenda, su nombre y el primer apellido al lado del "9". No vino y sentí alivio porqué no me apetecía atender la visita.
Últimamente las cosas no le habían ido demasiado bien y decidió que estaba muy cansado. Se ahorcó en el garaje de su casa. Tuvo la precaución de dejar la puerta abierta y un vecino lo vio desde la calle. Hubieran podido pasar semanas o meses sin saber de él porqué vivía solo.
En mi agenda escribí un "DEP" encima de su nombre. Sentí alivio de no tener que recibirle sin saber que no vino porqué ya se había ido. Recuerdo la última vez que hablé con él y la última vez que lo vi. Cuando llegó el certificado de defunción vi que el funcionario del registro había trazado una línea en la causa de la muerte, quizás no supo qué poner, quizás fue una señal de respeto. A. tenía 49 años.
I. también era bajita. Era la parte contraria en un asunto y nunca la conocí, Es posible que nunca hubiéramos llegado a hablar porqué de haber existido conversación, hubiera sido con su abogado. La curiosidad hizo que la buscara en facebook y le pude poner rostro. La vi en un montón de fotografías, antes de enfermar y mostrando una sonrisa en cada una de ellar. Me estremeció ver que el día de la Madre su hija de 12 años le había escrito "Felicitas mama". Tuve ganas de escribir algo pero me reprimí. Tenía 41 años.
A M. la conozco desde siempre. Hace 9 años acabó convirtiéndose en cuñada de una prima mía así que ahora compartimos una parte de la familia y hemos estado coincidiendo en bodas, bautizos y comuniones. Está a punto de morir de cáncer. Ella lo ha sabido desde el primer momento y ha tenido la valentía de dejarlo todo preparado, incluso la ropa que vestirá, que está colgada en su cuarto, esperando el momento. Cuando le dijeron que comenzaba la recta final, pidió el alta en el hospital para morir en su casa. Ahora vivimos pendiente del teléfono. Quiere ser incinerada.
En los últimos 6 o 7 años de su vida ha visto como casi muere su hijo mayor en un accidente de tráfico que le dejó graves secuelas, su marido la abandonó para irse con otra y la pasada Navidad, unos días después de que le diagnosticaran el cáncer, falleció su padre, de la misma enfermedad. Se ha negado a que la sedaran porqué no quiere perderse ni un instante de lo poco que le queda. Tiene 52 años y no llegará a los 53.
Y mientras tanto, mi hija ha cumplido un año. Es un bicho que crece sana y feliz, la pediatra me hace ir cada mes para controlar el peso porqué justo alcanza los 8 quilos. Continua teniendo unos ojos grandes y azules y le encantan los libros. Tenerla ha hecho que naciera en mi el temor a que algo malo le suceda y su felicidad es mi mayor deseo.
Pienso en los padres de I. y la madre de M (A. ya no tenía padres) y espero no tener que verme nunca en su misma situación.